UNA SEMANA DESPUÉS LA CONVERSACIÓN CONTINÚA: MÉXICO-PERÚ por Mauro Mamani y Gonzalo Espino





Una semana después. Las palabras siguen sonando en nuestras cabezas como si la conversa no se hubiera detenido. Y brotan frescos los recuerdos, nuestro amigo Carlos Huamán, otra vez preocupado y atento a que no perdamos el ticket y nuestra hermana, la buena compañera de nuestro paisano,  la historiadora Carmen Díaz - atentísima, siempre.  No parece que termina  esto, porque fluye en nuestros corazones. Y es que la mesa ahora seguramente se puebla de ausentes y de viejos amigos que hablan interminablemente. Ambos, Mauro o Gonzalo, ya no haremos bromas sobre zorro y cóndores en una disputa académica en las alturas de Teotihuacan ni el lento paseo por Xochimilco ni comeremos –sino hasta el pronto retorno- un pozole rojo que hace justificar el coraje de una gran cultural. Y vuelve el recuerdo vivo de nuestra maestra Françoise Perus, cada pregunta un objetivo que mueve nuestro discurso, luego, con su autorizada palabra nos felicita y nosotros nuevamente a revisar nuestras notas para seguir el gran diálogo. La serena seriedad de la profesora Begoña Pulino generosas con su tiempo y aguda con sus preguntas. La amabilísima conversa con el poeta José Ángel Leyva poeta de registros intensos, tiernos y donde la humanidad pica su suerte en cada verso ("Me diluyo en sombras capaces de ignorar / certezas de un yo que no es el mío). Y aparecen poetas con sus historias de vida como humanizando la figura que admiramos, así desfilan Octavio Paz, Salvador Novo, Jaime Sabines, Manuel Maples Arce.  Para variar la única forma ahora será mirar La otra, lectura obligatoria para la poesía latinoamericana.
Tampoco estaremos face a face con Eva Castañeda, la poeta cosmopolita ni con Jorge Aguilera, que se ha decido estudiar la literatura peruana. Ni los muchachos y muchachas del CEILAC que nos acogieron durante la estancia.  Ni nuestro buen amigo Rolando Álvarez en la Universidad de Guanajuato,  ciudad de túneles, más cervantina que España misma. Ni los acogedores calores de la familia. Pero los tenemos presentes en cada vez que nos vinculamos a México y la literatura.
Todo parece extrañarse. Y es que cuando una llega a México DF se vuelve provinciano. De esos que llegamos cuando Lima se empezaba convertirse en una gran ciudad. La megalópolis impresiona casi toda la población del país concentrada en la ciudad.  Ejes viales y metro que no confunde el laberinto de una  una ciudad que afrontó el terremoto de los ochenta. Luego la otra ciudad, la de la UNAM, toda una ciudad. Desde su centro cultural, hasta las laborares de los investigadores en la Torre II de Humanidades o en la Facultad de Filosofía y Letras, tremenda  ciudad. Todos atentos, dedicados al estudio y a la crítica, la vida parece haberse encapsulado en  la demanda académica, aquí se estudia y se descubre la condición humana.  Y el doctor Carlos Huamán va tejiendo consenso, va abriendo caminos.  Hace algunos años leímos su libro Pachachaka, puente sobre el mundo la idea del encuentro. Se ha convertido en académico de primer nivel, está al frente del proyecto y para más señales, el mejor embajador de las  culturas peruanas. Fino, atento, hermano, wayqicha.
Las librería nos llenan de emoción  y dejan vacíos nuestros bolsillos, no hay forma de traerse todo lo que se produce.  Y de repente uno se pregunta, donde trabaja este autor o autora. De pronto descubre que el cubículo de este investigador está  en el piso donde impartimos el curso, tal como nos ocurrió con varios de los nombres que circulan en las bibliografías latinoamericanas y que habíamos trabajado en nuestros cursos de postgrado.
O esas extrañas y felices coincidencias, Tatiana Bubnova, la traductora de Mijaíl Bajtín, hablando de un autor ruso, en un noche fría, en Casa Museo Cervantina de Guanajuato y luego comprando el libro para leerlo. En un pedacito del mundo que a cada rato se conecta con el mundo actual y el mundo clásico, entre Goethe y Mijaíl Bulgákov.
El Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe CIALC de la Universidad Autónoma de México nos invitó a dictar un curso sobre Literatura andina: mito y utopía (4 al 11 de marzo) y luego participar en el Tercer Coloquio Internacional: Mito y utopía en la literaturas andinas contemporáneas - Caso Perú (11 y 12 de marzo). Cuando nos llegó la invitación decidimos trabajar una guía para cada una de nuestras sesiones.  Son los temas que trabajamos e investigamos en nuestra Universidad Nacional Mayor de San Marcos hace años,  pero esta vez lo haríamos para un grupo académicamente exigente.  Enfrentamos decisiones difíciles, por ejemplo,  teníamos que dejar algunos autores empezando por una preocupación central, cómo hacer dialogar, hablar la letra, lo que se dice en los países andinos y lo que se escribe en términos actuales. No fue difícil  hablar de las Pakarina y los dioses andinos, y al mismo tiempo dos proyectos en el IIH narrativa del atuq-zorro (Gonzalo) y literatura aymara (Mauro); luego, la idea de revisar algún autores centrales: Gamaliel Churata y un poeta de valía contemporánea: Boris Espezúa.  Letras en las que viajábamos del quechua al español andino: así volvimos sobre la poesía de José María Arguedas,    la autobiografía que se deja escuchar límpida de Gregorio Condori y nos detuvimos en la poética de Efraín Miranda.  Al tiempo que explicamos las narrativas contemporáneas: Edgardo Rivera Martínez, Oscar Colchado y Macedonio Villafán.
Nuestro objetivo no tenía la pretensión de hacer una revisión minuciosa de nuestra literatura, si no la intensión de poner en autos de los procesos que se vive en lo que llamamos literaturas andinas. No nos centramos en el periodo de la violencia,  sí revisamos alrededor de dos supuestos: la continuidad del mito y la pervivencia de la utopía. Por eso los autores y textos que trabajamos insistían en lo más notable de nuestro repertorio discursivo. 
En Guanajuato, fue solo una apertura. Un iniciar la conversa. Hablamos de la poesía quechua de Ugo Carrillo Cavero y del sustrato mítico en la obra  Gamaliel Churata, José María Arguedas y Boris Espezúa.  Fue un trabajo conjunto. Hemos quedado en traducir nuestros apuntes, nuestras intuiciones y preguntas en un libro que esperamos compartir el próximo año.  Por de pronto, el curso está armado para lo que lo deseen el temario lo pusimos en Facebook -y ya, pueden convocarnos, nuestra palabra está viva y solidaria.
En fin, todo esto, con la amable sonrisa, con la palabra que se ha quedado conversando, en eso que enseña Lenkendorf aprender a escuchar, seguimos escuchando a ese nuevo monstruo llamado México, pero al pie de todo está la amistad  y  la lealtad de amigos como Carlos, como Carmela, como Rolando. Como México mismo, “Viva México”.
Gonzalo Espino - Mauro Mamani

En las fotos: (1) Carlos Huamán, Françoise Perus, Begonia Pulido, Mauro Mamani, Gonzalo Espino y  Carmen Matos. Mamani preparando respuesta a una pregunta.
(3) En la Torre II Humanidades de la UNAM con  Jorge Pato.
(4) Con los poetas e investigadores de CIALC, Eva Castañeda y Jorge Aguilera (7.3.2013).
(5) En plena sesión.
(6) Participantes en el Auditorio Leopoldo Zea.


Wankawillka el libro quechua de Pablo Landeo por Gonzalo Espino


Pablo Landeo ha retornado definitivamente a su ayllu, a su comarca, pero su comarca es moderna, conectada, beligerante. Habla desde su condición runa. Desde allí nos muestra el poder de la palabra runa.  Una palabra que descentra y desmitifica varios tópicos a los que estamos acostumbrados. Primero, su terca persistencia  por hacer del quechua una lengua efectivamente de comunicación también en los fueros académicos, así lo hace. Sabe del culto al libro, pero su irreverencia desafía al lector porque (uno) nos vemos obligados a leer en quechua y esto es lo que autoriza al formato como jerarquía, pero leemos al creador, al narrador pausado y capaz de hacernos reir o amargar también (dos) en la escritura de los España. Para luego, volver sobre sus andanzas, (tres) ahora nos propone una lectura crítica –en quechua- y la que entenderemos que su qillqata simplemente es una representación de lo que él escuchó en su llaqta: “Wankawillka hanaqpacha ayllukunapa willakuyninqa uchuy warmakaspa uyarikusqaymi.  […] Kaymi taytachanchikkunapa simin. Runamasíy kaymi simichik!” (61), para  luego comentar su decisión: “Nuqapa qillqapi churaykuqllam kani”. (Ib). Con lo cual los criterios con que leemos usualmente se resquebrajan y son cuestionados. Y (4), este mismo testamento se abre en su segunda parte a una hermenéutica de los relatos de tradición oral que recoge y los convierte en cuentos modernos quechuas. Aunque Landeo insista, también, en la vieja tradición de ser re-presentado por otro, en este caso un wayqi y amauta, me refiero a las palabras de  César Itier.

Wankawillka es un libro quechua y su quechua fecundo y transparente,  orgulloso y sincero, su runasimi  invita en la qillqata a imaginarnos como ayllu, como si nos hubiéramos reunido para escuchar sus seis relatos. Y estos se suceden como continuos e irrenunciables a sus ancestros, aunque yuxtapuestos y por momentos reinventados. Los del diablo ocupan un lugar privilegiado, no necesariamente son preceptivos  y el personaje se comporta como juguetón al que suele vencer el runa. La debilidad trasunta una épica que nos recuerda a “El sueño del Pongo” o las maldiciones a la wakcha terminan coincidiendo con otros relatos que escuchamos en las noches de la pobre burlada, cuyo resultado grotesco –y monstruoso- se hace ver por la cosa del burro y aquella otra versión -que también difundiera Antonio Ureta, autor de Cuentos del Viento- en que la wakcha escucha que van a degollar a “su” ovejita, huye al amanecer y ya casi la captura, pero coge vuelo como paloma.

Corresponde aquí comentar sobre de la legitimidad para hablar de su propia cultura. El habitual informante se ha convertido en investigador de su cultura y ha elegido el cuento para narrar. Aún más, en su radicalidad indígena lanza un programa pone al quechua  como lengua efectivamente de comunicación y de los goces de la palabra: Wankawillka.  Será memoria de la voz y letras quechua, cuento moderno y bandera de movilización en torno a la cultura quechua. Con esto llega al dominio de ya larga tradición de escritura quechua, y en especial, de la narrativa quechua contemporánea en la que ubico como referentes a Rufino Chuqimamani Valer, Puku pukuy (1984), José Oregón Morales, de Loro ccolluchi (1994) o Valentín Ccasa Champi de Maman uywaq ukumaricha (2004), a los que debo agregar los estudiados por Itier: el ya mencionado Oregón Morales,  Porfirio Meneses y Macedonio Villafán.

Si en quechua lo escuchamos ficcionando un espacio, donde narrador se evidencia ante su oyente ya que este quiere atrapar los lenguajes de la palabra (se ríe del diablo, afila el de diminuto  cuchillo,  lo vive al cura, etc.) la inmensidad de la pena, imita el horror de la madrasta, que se asocia adicionalmente a la presencia del reportativo. En su traducción, por el contrario, es un narrador que parece no moverse, que narra con serenidad pero que aprovecha la progresión y la sorpresa.
Como todo, los relatos andinos que contemporáneamente  escuchamos, los suyos, los de Pablo Landeo tienen ese encanto en el que la palabra llega acompañada del lenguaje de las palabras. Por eso, si decididamente es el narrador que no atestigua, es el narrador que evidencia lo que ocurre a través de gestos que interpone en el lenguaje del relato.  Así, si apela a reportativo que será lo que califica como cuento y mito: “Huk biayahiru-s diyabluwan (…). Diyablu-s sayakkuykun” (dice un viaje con un diablo, dice el diablo…). (17).

“Usunqa kuchilluchanta ñaka-ñakayta afilarun. Tukuruptin-si, Usunpa maki chawpinpi kuchilluchaqa manchakuyllapaq llipipipirqun” (22)
Osón afiló un minúsculo cuchillo. Después de una difícil jornada, casi invisible, el arma refulgía mortal en la pequeñísima palma del héroe.”[dice]

Se ubicará también como alguien presente desde aquello que no puede atestiguar pero imagina:
-Allinmi wawqichallay –nikun-si runachaqa diyabluta (Ji, ji, ji, ji! Wawqichallay niykun diyabluta)-. (18).
-Bien, amiguito –dijo el hombre (Ji, ji,ji… Le dijo, “amiguito” al diablo (40)

Pero seguramente, donde la burla, la parodia, donde el indio se revela y se revela en el poder de la escritura, el poder que Landeo nos recuerda, ahora desde el lado quechua, son las exageradas ambicias del cura:

“Tayta kuraqa manapunis hawkalla kayta atinchu, chutuchapa qipa rimasqanwanqa. […] Churillay, ñuqallaymi kasaq mikuyllayki, ñuqallaymi hampillayki kasaq, amaña yanqata rimayñachu. Ñuqam pachachisqayki, ñuqam waqa-waqaykuspa pampaychisqayki. Murtahaykitapass ruwaykachipusaykim. Chaynachatan tratituta ruwaykusunchik varayuq awturidapa qayllanpi.
    Tayta kurapa nisqanpihinas tratitutaqa ruwarqunku.” (34)

“El más querido de mis hijos, por qué desvarías. Yo seré la ropa que cubrirá tu cuerpo, el pan que calmara tu hambre, la medicina que remediará tu dolor. Seré, llegado ese momento adverso, el quien ha de llorar tu muere. Compraré tu mortaja, vestiré tu cadáver con mis propias manos y mandaré  a enterrarte. Así haremos nuestro contrato, en presencia del varayoq de tu ayllu”. Entonces, dicen, hicieron el contrato, conforme a lo acordado;” (56)

Diablos y curas burlados, hombrecitos inigualables, pero épicos, deshumanizadas tratos, llenos de humor, sabia picardía, parodia y sucesivas sorpresa, llevan a los cuentos de ayer renovados en la letra quechua que aparece como trasparente en su prisma exacto para hablar y para posesionarse de la letra. Esa letra en cautiverio que empieza a liberar en la qillqata de Pablo Landeo, que empieza a dejar la muletilla de castellano, como voz de un ñuqayku que se deja escuchar singularmente en un ñuqanchis. Haylli wawqillacha Pablo Landeopa.

(Camino a Guanajuato, México)
Transcribo la presentación que hiciera en el Porras y la Casa de la Literatura, en la que compartí la mesa con Fredy Roncalla.
En la foto: Gonzalo, Pablo Landeo, César Itier.