Historias a la luz del candil (2011) de Saniel Lozano y Bety Sánchez nos invita a repasar lo que ocurre en el universo narrativo de estos lares.Tendríamos
que convenir en que la cartografía de los relatos orales y populares de La Libertad sigue siendo incompleta -al igual
que todo el Perú- a pesar de los trabajos que durante las últimas tres décadas se
han producido. Parte de esa cartografía es el relato breve que tiene una
impronta importante porque capta circunstancias que desafían la imaginación o
se refieren a escenas cotidianas. De ese tipo de relatos son los que se narran
en torno al Tío Lino, que baja por las laderas de la valle Chicama, pero que, puede
rastrearse como un estilo, al parecer propio del siglo XIX, dicha en castellano andino, como lo son los
relatos del callejón de Conchucos (Ancash) o los que provienen de los cuentos
sobre los huantinos (Ayacucho). A esa
cantera ha contribuido, precisamente Cuentos
de mi padrino y otras mentiras (2007) de Saniel Lozano, que viene a
complementar esa vena humorística que traía el tío Lino en sus relatos.
Si
para la década del 70 los libros sobre relatos orales -digo, mejor, de
procedencia oral- de La libertad se podían contar con los dedos de la mano; a
inicio de esta década, las publicaciones sobrepasan la decena. Recordemos que estos trabajo, en parte
lo debemos a las monografías o tesis que se presentaron en la UNT y a los
diagnósticos situaciones que, por entonces, se hacían. Sin embargo, son pocas las producciones que llegaron al formato libro. Esto evidentemente no quiere decir que los
relatos dejaran de contarse, ¡no! Recordemos que, independiente de la letra, la
tradición oral va a continuar. Aludo, ciertamente, a las formas cómo se registra nuestra cultura y cómo pueden servirnos para refrescar la memoria desde la
escuela.
Con
seguridad la década de los 80 resulta clave en la configuración de lo que
entendemos como tradición oral para La Libertad. En ese
periodo se prepararon diversos trabajos que provienen de una sensibilidad que
quería testimoniar su ubicación de sujetos que no pertenecen al centro, esto es
a Trujillo. Este será el caso de Eduardo Paz Esquerre, Bety Sánchez Layza y
Saniel Lozano. Uno puede
leer sus textos como testimonios que buscan dar cuenta de una identidad
histórica que va más allá de lo que en la ciudad se difunde, esto es, un
historia que tiene que ver con la escurridiza memoria moche y con el imaginario
andino de La Libertad. Lo testimonian
sus libros La tierra encantada: Leyendas
de la Libertad (1989) y Tradición
oral de La Libertad (1990) que son a su vez trabajos que se iniciaron una
década antes. Jorge
Díaz Herrera dirigió una interesan recopilación de relatos orales, el valor de
todo ese conjunto radica en que se produce lo que he llamado una ficción oral,
esto es, que se transcribe lo que los pobladores nos dicen; se publicó
como Tradición oral de La Libertad (1990). Para entonces ya estaba registradas dos tesis
de licenciatura: la mía sobre un pueblo del valle Chicama, La comadre y el compadre. Literatura oral, relato popular y modernidad
en la ex-hacienda roma (1989) y la de Jacobo Alva Mendo que trabaja sobre los
relatos de los pescadores de Huanchaco, El relato popular: memoria
colectiva e imaginería en la tradición oral de Huanchaco (1995), ambas tesis no llegaron a libro, aunque años
más tarde publicamos relatos del valle Chicama en Tras las huellas de la memoria (1994). Por esa época también se
publicaron dos folletos con relatos de los mocheros, estas modestas publicaciones no he alcanzado ya tener a la mano. Mitos y leyendas de Trujillo y alrededores
(1996, 2007) de Adolfo Alva Lescano, nos propone un mosaico de relatos orales
populares, en el que hay una preocupación por recuperar la memoria local entre
costeño y serrano. Esto es lo que la letra registra.
Los
años siguientes llegan con una suerte de
silencio. No hay publicaciones que hayan merecido nuestra atención –en todo
caso, debo advertir las dificultades de circulación de los materiales- aunque
corresponde indicar que se produjeron algunos concursos como el que propició el
diario La Industria.
En
lo que va del siglo XXI, esta preocupación por incluir –e inventar- un tipo de
relato que aluda a la historia moche se ha hecho más evidente y ha ido
acompañado por los impulsos de nuestros autores y dinámicas editoriales
regionales, en especial, Papel de Viento. Este esfuerzo se reinicia el 2007 con la
segunda edición de Tradiciones de
Trujillo de Carlos Camino Calderón, que, como es obvio se refiere al
universo señorial de la ciudad central de la región. Le siguió Imágenes de arena de Rafael Mendoza
Bejarano, cuyos relatos descentra el escenario privilegiado de la ciudad centro
para ir a los márgenes, donde también se cuenta: El Porvenir. Al año siguiente,
Carlos Alva publica Sucedió en Trujillo…
Anécdotas de Trujillo (2008) apuntes rápidos que le saca
ventaja a la anécdota que se repite y que pertenece a la fabla popular, de allí
que resulta interesante estas versiones.
El encuentro de la sacerdotisa de
Moro con el gran señor Moche, leyenda mochica (2007)
escrita por César Sifuentes Robles, ancla su trama en el mundo moche, reinventa
una suerte de memoria moche de una supuesta sacerdotisa de Moro que visita el valle
de Moche, circunstancias en que
Chiqen conoce a joven moche
Chumir, prometida del heredero de reino. En el duelo muere Chiqen en manos de
futuro gobernador moche Chiputur y la princesa es sacrificada a los dioses. La
sacerdotisa, que según el relato era la más poderosa de la costa Norte, muere con el recuerdo de su hijo. La calificación de
popular hace referencia a la historia moche contada por un narrador de estirpe
moche. El mismo asunto ha sido acogido, también en una colección de relatos
reinventados, aunque tiene parte de la memoria oral, me refiero a la colección
de relatos que aparece como El ceramista
y otros cuentos (2012) que se incluye precisamente “El ceramista”
(firmado por una extraordinaria narradora-esperamos que así sea- María Concepción Valle-Riestra
Fontela), la historia evoca a la Señora de Cao como personaje verosímil, relato
lineal y de tono costumbrista[1].
Este es, pues, el recuento de lo que la letra ha capturado de la voz, de la palabra que se sigue contando en los arenales de la playa, en las noche de ciudad, en los valles poblados de cañaverales, en las ribera de los ríos o la serranía nuestra, cerca al fogón. Simplemente, como solía decir, Simón Robles, "cuento es cuento" y se sigue diciendo.
[1] A propósito de esta colección, dejo constancia
que se trata de relatos que toman nota de la tradición oral o de la vida
cotidiana o son parte de las costumbres locales de la región, que los
estudiantes han llevado a una escritura libre, propia de cuento.
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