Triada: Historia, Cultura y Lengua



Copio: “Ame jiimin miña uuuntru pujutin nekwaitjai / Chichamrumin wari jintak wekatusuitam nunasha wainkauwaijai”. Sospecho la reacción inmediata de mi sorpresivo lector, se incómoda o fastidia. Si bien puede leer el conjunto de letras, se desconcierta, pero puede percibir el ritmo de ese conjunto de palabras, aunque no sabe de qué se trata. Si alguien lee este escrito en este país, inmediatamente se ubica en uno u otro horizonte, que acepta o rechaza algún tipo de palabras, que involucra gesto, corazón, formas de mirarnos a nosotros mismos y retrata lo que somos todavía. Entonces, ¿cómo entender esta situación?


No se trata de la brisa del mar ni la vieja y tonta anotación de la tristeza de los andes ni hablar de la Lima, ni los enmarañados bosques y sus ríos, sino cerciorarnos que hablamos de gente de carne y hueso, que existe y ha coexistido a lo largo de la historia del Perú. Me refiero a las enredadas, entrañables e inusitadas maneras como se han ido conformado nuestras culturas y sus diferencias, entre el lastre de las desigualdades o el esplendor de colectividades que dejaron rastro en sus poblaciones. Así vuelvo a la vieja y renovada asociación entre historia y cultura, y ambas a lengua. Resulta inútil dichas correlaciones sino se lee desde la vida contemporánea de las culturas. 




Atardecer en La Libertad, fotografía L.C.


Cuando hablo de historia estoy pensando no en la autoridad de la letra sino en la existencia, incluso, antes de esta. Las evidencias arqueológicas hablan de una humanidad que se asentó en este territorio hace 12 (a 14) mil años. Y no cuando se produce la derrota indígena de 1532 con la imposición de la letra y palabra con la escribo. El uso de las fibras o las marca o huellas que se dejaban o aquellas que se trazaban en el tejido rudimentario a las excelencias que aparece en Paracas o las muestras de tejidos en otras culturas, esas pallas o kurus que nos hablan como lo hace el kené. O esa loca persistente memoria que se transmite de generación en generación hecha mito o cancionero compartido.


No está de más recordar una proposición antropológica, todos los pueblos tienen cultura. Esta afirmación permite repensar la cultura y las culturas. El hecho que algunas culturas no cuente sino hasta tres no implica que aquellas sean inferiores a otras, sino que expresan lo que socialmente necesitan manifestar como aquella vez que un presidente demagogo, Alan García, convirtió a todos los peruanos en millonarios de la nada, nominalmente se poseía millones de intis, pero esos millones, no servían –ni valían- para nada. Distinguimos también las desigualdades en el desarrollo de los 55 pueblos amazónicos, los cuatros pueblos andinos y la población afroperuana.


La cultura no es un ejercicio solitario se hace en interrelación con otros. No son procesos estancados, sino dinámicos.  Suelen ser procesos de intercambios continuos entre diversas colectividades hasta hacerlas suya o crear las propias. Su permanencia a lo largo del tiempo le da particularidad. Cada colectividad a lo largo de la historia fue creando sus propios ríos de saberes, de comprender hasta el más ínfimo detalle de su mundo, sus propios dioses que la mayoría de las veces los hacía felices, y las distintas modalidades que en sus relaciones diarias dieron lugar a algo que les facilitaba el intercambio -más tarde, la diferencia- y que conocemos como lengua (lenguas).  


Esta cultura se tiene que comunicar, la vinculó a la palabra (o sus diversos trazos y diseños, los de una vasija kukuma o a los kurus en una manta ayacuchana). Articula a la gente, pensamos en un determinado espacio y una época.  Lo que finalmente me permite relacionar con los otros e imagino el momento en que alguien se admiró por el exceso de lluvia o frío o calor, y lo verbalizó. Imagino las diversas impresiones y sensaciones que generó el dominio del fuego, y cómo esa palabra transformó a esos primeros mamíferos, más tarde al viejo artesano moche, que logró fundir el oro con el cobre para convertirlo en piezas de orfebrería que las diferencia de otras poblaciones del Norte. Hasta la gracia de una artesanía contemporánea en la que el diseño se vuelve poético.





Dina Ananco, poeta. Fotografía difusión.


Vuelvo al inicio de esta comunicación: “En tus ojos conocí la historia de mis ancestros / En tu palabra vi los caminos que recorriste” que corresponde a “Sanchiu” de la poeta Dina Ananco (Lima, Pakarina 2021: 36, 37), que independiente de quien lo lea en Hispanoamérica percibe el hálito poético y reconocerá como poesía. Y sugiere otra dimensión cultural: la apelación a la memoria. Escritura que dibuja su propia situación cultural. De esta suerte, vuelvo sobre una doble comprensión de la cultura como hecho de la historia y como manifestación situada. Lo que permite aproximarnos independiente de las lecturas que se puedan hacer y su acercamiento a estas manifestaciones como parte de algo mayor que se corresponde con la diversidad cultural. Mientras tanto, sigo gozando de la poesía de Dina Ananco, poeta wampis, formada en la universidad, conocedora de su cultura y mujer que dialoga con la tradición poética que le antecede.



Gonzalo Espino Relucé.


No hay comentarios.: