DIDA AGUIRRE, “SOY POETA CHANKA, PUES”





Fotografía D.E.

La poesía no mata ni enferma, aunque si subleva o hiere el alma. Estoy próximo a entrar a la entrevista (17.09.2021), lo único que temo es que falle la señal. No la veo personalmente hace más de dos años. La conozco desde la época en que nos sentábamos para hablar de poesía en la Universidad de San Marcos. Dida Aguirre García (1953) no necesito decirlo, era simplemente poeta, no aparece en las antologías de la generación de los 80. Como poeta quechua alcanzó un inmediato reconocimiento y recién a inicios de este siglo se la incorpora a la llamada “poesía peruana”. Veo a Dida y recuerdo el Patio de Letras, las bancas de Letras, casi exclusivas para la tribu de Literatura. Te veíamos sola.



TALLER DE POESÍA


—Sí pues. En esa época me estaba buscando, buscaba cómo expresarme. Estaba desubicada. No me sentía segura de lo que era poesía. Opté por recibir clases de poesía, en el Taller.

Con los poetas Hildebrando Pérez con Marco Martos

—Escribía en español, pero no sentía que expresaba lo que quería decir quechua. Asistí al Taller de Poesía. Yo escribía en español. En ese momento, me pregunté, ¿por qué no hablar –escribir- en quechua? Estaba en mi buscaba. No conocía mucha gente. Estaba buscando. Voy hacer una poesía de tono interior y contenido quechua. Entonces, le alcanzo mis primeros poemas a Hildebrando, él me dijo que los volviera trabajar. En la tercera me dijo que los publicara.  Esos tres poemas los incluyo en Arcilla.

En esos tiempos te veía, sola y empezamos a conversar

En eso apareció el grupo literario Qantu


En esa época publica en Qantu y Poeblo. Luego vendrá una plaqueta Canto de los cobres (1979, 1991), de versos breves, sencillos, su escritura deja traducir un lenguaje que pertenece a los andes. No es escritura de la ciudad. Se percibe la palabra femenina que llama la atención por sus metáforas. Después se vincula con Lluvia, con cuya editorial publica Arcilla (1988).


Cuando publiqué Arcilla tuve muchas dudas. Los había trabajado, los poemas no tienen título como si fuera rebelde. Luego de ese libro, empecé a trabajar mi segundo libro.

Se distrae. Trabajaba en la Universidad Daniel Alcides Carrión, en Cerro de Pasco que está en las alturas, en plena heladera, a 4 380 s.n.n.m.

Te lanzas al Concurso Nacional de Literatura Quechua

Eso me recuerda a Manuel Baquerizo. A raíz de la publicación de algunos poemas quechuas, entonces me busca, se contacta a través de Lucho Pajuelo, yo vivía en Cerro de Pasco. Me anima a publicar Arcilla. Con él empecé a conversar sobre literatura, lengua y cultura, sobre la problemática del indio, del campesino. Me ayudó bastante, me puso en contacto con literatos, con Antonio Melli y Martin Lienhard. Arcilla  lo presenté en Huancayo con la ayuda del Dr. Baquerizo.



DE PAMPAS


–Pero, ¿en qué momento sientes que llega la poesía?

–El contexto social

–Yo te decía que hablemos sueltos de huesos. ¿Estudias en Huancavelica, en Pampas?

–Estudio en Pampas, a los 15 vengo a Vitarte. Las primeras letras las hice en la selva Satipo en un colegio de Monjas. Mi niñez la pase entre asháninkas. Vi un matrimonio asháninka, ella se casó con una persona muy muy mayor. Era el dirigente de una comunidad… Pero a los ocho años, ya vine en Pampas.

–Tu naces en Pampas, Tayacaja, en Allpahuasi, Huancavelica.

–Claro. En la selva no fui a la escuela cuando estuve en la comunidad Ashaninka.  Recién cuando fuimos a la ciudad, en Satipo hice mis primeros grados.

–Cuéntame, ¿cómo aprendes el quechua?

–Me viene de mi madre. Los dos hablaban quechua, ellos nunca dejaron de hablar. Le gustaba mucho. Mi madre era una poeta oral. En la escuela no se hablaba quechua. Mi papá me prohibía hablar, él hablaba quechua y un castellano perfecto. Pero mi mamá siempre nos hablaba en quechua, en la lengua originaria.


Conoce el complejo mundo de la selva amazónica, su gente, cuentos, sus miedos, su pesca, sus peligros. Se me viene la imagen de una niña que escucha en el fogón a su abuela o abuelo. La veo frente entre lluvias o jugando un momento entre la granizada. No la imaginé en la Selva, vinculada a los asháninkas.  Entonces, deseo construir el retrato andino.


–Y las vacaciones, ¿dónde los pasabas?

–En Pampas. Mi abuelo tenía una finca, yo iba con él a caballo, iba al campo, a la quebrada. El quechua lo hablaba toda la gente. Su uso era generalizado. Mi mamá tenía una tienda a la que venían de las comunidades a comprar y a los alrededores vivían… habían casas distantes una de otras.  Mi relación era más con la gente de la comunidad, por otro lado, estaba la quebrada. Al costado de Paltarumi actualmente está la pequeña finca de Hornopata lo que queda del otrora hacienda del siglo XIII de los Aguirre. Yo he vivo más en el campo en Allpahuasi, en Pampas, en el valle, y esporádicamente en la quebrada de Paltarumi rodeada de comunidades.

 


ESCRIBIR QUECHUA


Sus recuerdos son los tiempos de la era –desgranar maíz-, juegos, bailes, junto a la fogata, esos juegos de iniciación donde los muchachos y muchachas se conocen, se enamoran en la trilla de la cebada.  Evoca las canciones de la herranza, los Santiago.  Piensa, que ha perdido tiempo, le comento que en sus poemas se escuchan ecos andinos, de alegrías y quejas. Sus palabras resultan declaraciones de un proyecto de escritura poética:


–Todo lo que escribía en español sentía que no expresaba lo que quería. Una vez escuché a Mario Vargas Llosa decir que el quechua no es una lengua suficiente para hacer literatura. Esa manera de pensar me daba rabia, cólera. Yo quería demostrar al mundo que en quechua sí se puede expresar todo y sus matices. Además, la gente no lo veía bien, no quería que se hablara quechua[, la lengua de los indios, de los serranos, una lengua excluida –diré por mi parte]. Mis amigas decían que el quechua no describe es una lengua de segundo orden. Yo recordaba a mi mamá, todo lo que decía era poesía. “Inti seqaykuptinña jamushkanki”, todo era metáfora. En Arcilla hay muchos versos de ella que he recreado. Ella era más en el quechua, mi madre era todo amor. En las noches había velakuy, nos alumbramos con velas, con las velas de los santos, no había luz eléctrica. El abuelo empezaba a contar cuentos en quechua y nos hacía reír. El cuento favorito de mi padre era el zorro y San Santiago contaba de manera que todos reíamos. En las visitas a mis tíos era para parlotear hacer watuchis [adivinanzas], trabalenguas, contar cuentos. Esa era mi literatura.


 

LECTURAS


El universo de referencias de esta mujer que parece la muchacha solitaria, la que se sentaba en el Patio de Letras, es el mundo quechua, el campo, entre el valle y la quebrada, entre los relatos de tradición oral o las formas creativas andinas que exigen un ejercicio de la lengua-realidad. Le pregunto sobre su relación con la literatura, con los libros de José María Arguedas.  


– ¿Y tu contacto con los libros?

–Los libros que más gustaban fueron los de Arguedas. En la secundaria, leí Arguedas, Todas las sangres, Agua. Sus libros, ahora, me hacen recordar a Huambar [poetastro. Acacau tinaja (2019 (1933) de J.J. Flores]. Huambar me lleva a la época del gamonalismo, existía una especie de burla que hacían al quechua. Con el quechua se burlaban del indio, del campesino, lo enrostraban. Ese tono, esa sensación, esa manera de pensar la he encontrado en Huambar, la manera cómo era la relación del gamonal con el quechua, como burla. Un tanto lo que se dice la introducción primigenia.

Huambar es un libro vanguardista.

–Puede ser, puede ser, pero veo la burla del gamonal.




Lectura de Dida Aguirre frente al mar, D.E.


VIVIR EL MIEDO


Con Jarawi, no, en realidad con Arcilla, ya eres una voz poética singular y reconocida. Julio Noriega la incluye en su Poesía quechua escrita en el Perú (1993), la traducen al inglés, Pichka harawikuna: five Quechua Poets (1998) y al siguiente año Ricardo Gonzales Vigil pone dos poemas suyos en su Antología de la poesía peruana del siglo XX que circula en enero del 2000, aunque lo hace solo en español, no incluye el quechua.  Lo que hizo el premio del Concurso Nacional de Literatura Quechua, Poesía (1999) fue evidenciar su condición de poeta consagrada.


–Bueno –ríe- fue algo que no lo esperaba, nunca esperé nada. Inusitado. Lo que, si es importante para la posteridad, que la gente vea que es poesía. Con mucha seriedad, contenido, que llegue a la gente. Yo trabajé bastante Jarawi.

–Ya te estudian

–En varias universidades.

–En caso peruano Edwin Chilcce te aborda como poeta quechua chanka y Wendy Castillo se detiene en el desarraigo, en la forma poética. 

–Nunca he pensado en eso.


En Jarawi, tengo la sensación de una voz poética en quechua o castellano, que se cuestiona y vive una situación límite Un tejido sensible con un fuerte aliento que participa de la tradición andina, en clave de la muerte, hombre-naturaleza, desarraigo, soledades o sensación de caos, sin olvidar ese ritmo envolvente de tus versos breve, “contensiosos” diría el Inca Garcilaso de la Vega, poesía con mucha fuerza. Dos décadas después, la poeta Dida Aguirre ¿qué piensa de Jarawi?


–En un grito, qapariy

–Pero Qaparikuy es otro libro, otro momento poético

Jarawi, insisto qaparikuy, es un grito muy doloroso, muy fuerte del hombre andino, del contexto que en ese momento está viviendo el campesino. No solo los campesinos, toda la sociedad peruana.  El enfrentamiento que hubo fue desgarrador. Cuando yo vivía en Cerro de Pasco el toque queda era a las 7 de la noche, se escuchaba las metralletas te levantaban, los famosos rastrillajes, era terrible la sensación de miedo que sembraban. Fue época bien difícil por ambos lados. Jarawi se entiende en ese contexto.

–No se ha leído así. Es un libro desgarrador. Límite

–Existencia, la impotencia del ser humano. La desesperación de ese momento, indirectamente. Eso produce reacciones existenciales.

–Vivir en el miedo

–Claro vivir el miedo. No tener certidumbre.

 


QAPARIKUY, ES MÁS YO. 


Ambos callamos como recordando a los amigos, amigas, que en los ochenta murieron víctimas por el terror desatado en Ayacucho. Luego, vuelvo, le comento, algo sobre sobre la escritura quechua. Le digo:


–Tu escritura quechua no siempre estás respetando el alfabeto consensuado. Ríe.

–Cuando recién empecé no lo conocía. Me dije, voy a escribir para que me lean con facilidad. Me comí algunas cosas como la guturación. Para la lectura, simplifico la escritura.  Escrito con J. Pero el alfabeto lo tengo, hay de todo... Mejor escribir de acuerdo a como uno habla.

–¿No? Me preocupa, podemos reclamar a los quechuas una escritura literaria.

Luego viene Qaparickuy/ Grito (2012) un libro que se aleja de las formas límites, que resquebrajan. Una voz sosegada, una voz que imprime cierto optimismo, que vuelve al humor y travesura que se encuentra en Arcilla. Tus versos son muy frescos.

–¿Qué le dice Qaparikuy a la poeta?

–Bueno. Es más yo.  Claro que se aleja. No sé qué podría decir, siempre hay contendido. Yo creo que la poesía es resultado de una experiencia, de una investigación, que se recrea. Un día saliendo de la universidad me encontré con una gran cantidad de carros, con las luces de los faros, de allí sale el poema “Carrukuna Lima tutakunapi”  “Anchuay supaypa (retírense) [“Anchuway / puka siki / oronqoy / carrokuna, / anchuway / supaypa / qosñiq /carrokuna”[1]].  De pronto, ves a un bebé en un kauito con su pellejito y su abuelo que le dice “lima lima ñawicha, sumaq wawacha”. Uno se dice, has un poema. O el canto de los pájaros, en la quebrada, un canto bien interesante, “Tuyap takin/ (De quebrada)”, canto de la paloma, especialmente de la quebrada [Copio el poema]:


Tunas artesaq

rinaykama

churillayta apakusqa

 

pero carajo

pero carajo

 

chayasaq

jaytasaq

takasaq.][2]



Esta es la canción de la tuya que, por abrir una tuna, ella declara “a mi hijo se lo habían llevado”.  Luego, “Voy a llegar, voy a patear”.

Sigue. Recuerda al poeta Fernando Rendón de Colombia en el Festival Internacional de Poesía de Medellín.  “Todos hacen poesía”, le dijo, nos sentamos en una sola mesa por la poesía, poetas de todo el mundo sin distinción de que idioma hablan. Ha participado en diversos festivales, el más reciente el VI Encuentro Intercultural Literaturas Amerindias (EILA). Lo ha hecho en Cuba, Venezuela, México.  Vuelve sobre sus recuerdos, hablamos distintas lenguas, pero es poesía. Entonces, obviamente hay que traducir, no hacerlo sería “una falta de respeto”, me dice.


–Como quechua, ¿cuál es tu idea de la poesía?

–Escribir algo que tenga contenido. Que se pueda leer a futuro que no tenga edad, que se pueda leer en todos los tiempos. Que parta de nosotros mismos con nuestra propia mirada. Estudiar mucho. Una poesía que se pueda entender, no solamente que lo entiendan los eruditos. Un universal, para que sea, se tiene que traducir. Aunque no es fácil. Se trata del giro, el tono, vas luchar. ¡Qué fácil es escribí en quechua y lo publica en quechua! Escribo en quechua, sí; luego traduzco, traducir el tono es difícil, pues.

–¿Poeta chanka?

–Soy chanka pues, soy de Tayacaja.

Me quedo con esa frase, poesía para que se lea más allá de nuestro tiempo, de allí su apuesta a un asunto mayor.



Gonzalo Espino Relucé.


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[1] Esta estrofa en la escritura de Dida Aguirre: “Carros en las noches limeñas”: “¡A un lado! / carros / trasero rojo / — no me toques abejorro —/ ¡a un lado! / humo del demonio/ de los carros”.

[2] “Canto de la tuya/ (De quebrada)”: “Hasta ir abrir / artesa de la tuna / a mi hijito / se lo habían llevado // pero carajo / pero carajo // voy a llegar/ voy a patear /voy a golpear.” (66,67)

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