La poesía mapuche es una de las más intensas y reveladoras. Los últimos 30 años ocupa su lugar en poesía chilena, no es posible leer la poesía del Sur sin hablar de la poesía mapuche y, obviamente, se puede rastrear las distintas maneras en que los pueblos amerindios han hecho de la palabra un acto ternura cautivante y una forma irresistible para la demanda por el territorio y la expresión del cuerpo –y sus entornos- que siente, percibe, atrapa y necesita ser comunicado. El año pasado compartimos con los poetas mapuches poesía, experiencias y vivencias, fue ocasión para ir reconociendo esa patria grande llamada Amerindia. Con Dante Gonzalez -poeta, estudioso de la memoria y el animador de Pakarina Ediciones-, estamos trabajando una antología de poesía mapuche. De manera que en nuestro blog aparecerán notas de lo que en el futuro será nuestra antología. (GE)
Walinto es el lugar donde se reúnen los patos wala, hoy inmersos en un proceso de extinción. Por esa razón, Walinto (1) no es solo un testimonio de vida, es ante todo el encuentro con la memoria de un pueblo, aquel que se va perdiendo en los laberintos de la “modernidad”.
Si bien es cierto que los poemas dejan trascender desde sus versos la autobiografía de su autora, advierten la historia de los Mapuche-Williche que se desarrollaron en Walinto. Esa comunidad oriunda, signada por el Abuelito Wenteyao y el río Rahue, y ubicada al sur de Osorno que “…hoy duerme / como un perro echado/ a los pies de la cruz del sur”.
La instancia poética que habla en los poemas se instala en un ahora, haciendo lo propio con nosotros, y utilizando el recurso del racconto, nos remite a la génesis de su vida para desde ahí llevarnos por una retrospectiva familiar y la del pueblo Mapuche-Williche. Se trata de un “yo poético” que es consciente de su condición de poeta por designio natural, también del ejercicio de la palabra y de la instrumentalización de esta. Designación de la que vive “Agradecida de la naturaleza, desde el vientre de / mi madre que me dio el poder de escribir”, el mismo que se encuentra inscrito en sus manos y del cual la gitana parafrasea: “No tienes líneas en tus manos, tienes versos”. Entonces, contemplamos la autobiografía de este “yo poético” que trasciende lo individual para plantearnos la vida familiar que es la memoria colectiva del williche. No se trata de un caso representativo que se postula como metáfora del grupo al que pertenece. Su experiencia individual es el punto de partida para alcanzar esa instancia colectiva que es el pueblo Mapuche-Williche.
Ejercer la tecnología de la escritura convierte a la palabra en acto, en alegato y denuncia:
EN LENGUAJE INDÓMITO
NACEN MIS VERSOS
DE LA PROLONGADA
NOCHE DEL EXTERMINIO
adjudicando a su vez a la poeta la condición de luchadora por la libertad y los derechos de los pueblos oprimidos, de sujeto comprometido con la reivindicación territorial de los williches y del pueblo Mapuche en general, defensora de la memoria y de su historia en la que aún cree: “y en tu historia / sembré la confianza”.
La historia que recorren los versos en Walinto, nos instala, entre otros, en el tópico de la infancia: “EN EL PAÍS DE MI INFANCIA” al decir de Graciela Huinao, la misma infancia que José María Rilke denomina como la patria del poeta. Acudimos entonces a la feliz confluencia del sujeto del enunciado con el sujeto de la enunciación en la persona de Graciela Huinao y por su mirada nos instalamos en esa infancia nostálgica e intermitente que se presenta como ese ayer resistiéndose a desvanecerse, contrario a ello se erige como el espacio-tiempo liminal desde donde se dialoga con el pasado y el futuro:
Era mi país
el de mi infancia
dónde empecé a encumbrar las ideas
sostenidas por el hilo invisible
que se enrollaba
en el alma de mi padre.
Estrechamente ligado al tópico de la infancia se encuentra la imagen del fogón. Aquel espacio articulador de la familia que se construye dentro de la ruka (vivienda). Esta figura del fogón y el rol que cumple es común a los pueblos oriundos de estas latitudes, su razón de ser en el mundo andino, por ejemplo, es el mismo que el de los Williche. Ese fogón es un espacio dinámico por excelencia, es el lugar de la conversa familiar, uno de los espacio (si no el espacio) endoculturador, donde se realiza la retransmisión de la génesis y de la memoria de una generación a otra:
La primera escuela de mi raza
es el fogón
en medio de la ruka
donde arde
la historia de mi pueblo.
Walinto llega como un ancestral Ngillatun, aquel que hasta hoy en día se realiza en Pukatriwe ante la mirada y venia del abuelito Wenteyao, no solo para espantar el espíritu del hambre sino también para espantar aquel espíritu que intenta prolongar el silenciamiento del pueblo williche y el de sus reivindicaciones territoriales y por extensión de nuestro pueblo latinoamericano. En el afán de hacer eco en los rincones más alejados posibles, incluye 19 poemas cada uno de ellos en tres versiones, castellano, mapudungun e inglés.
Era mi país
el de mi infancia
dónde empecé a encumbrar las ideas
sostenidas por el hilo invisible
que se enrollaba
en el alma de mi padre.
Estrechamente ligado al tópico de la infancia se encuentra la imagen del fogón. Aquel espacio articulador de la familia que se construye dentro de la ruka (vivienda). Esta figura del fogón y el rol que cumple es común a los pueblos oriundos de estas latitudes, su razón de ser en el mundo andino, por ejemplo, es el mismo que el de los Williche. Ese fogón es un espacio dinámico por excelencia, es el lugar de la conversa familiar, uno de los espacio (si no el espacio) endoculturador, donde se realiza la retransmisión de la génesis y de la memoria de una generación a otra:
La primera escuela de mi raza
es el fogón
en medio de la ruka
donde arde
la historia de mi pueblo.
Walinto llega como un ancestral Ngillatun, aquel que hasta hoy en día se realiza en Pukatriwe ante la mirada y venia del abuelito Wenteyao, no solo para espantar el espíritu del hambre sino también para espantar aquel espíritu que intenta prolongar el silenciamiento del pueblo williche y el de sus reivindicaciones territoriales y por extensión de nuestro pueblo latinoamericano. En el afán de hacer eco en los rincones más alejados posibles, incluye 19 poemas cada uno de ellos en tres versiones, castellano, mapudungun e inglés.
Walinto es la prolongación del “mapuche tayültum” (o de esos cantares de esta parte del mundo). También podríamos señalar que Walinto de Graciela Huinao se convierte en heredero del ül, o cantos que representan manifestaciones de alegría, penas, emociones, sentimientos y transmiten conocimientos históricos.
(1) Huinao, Graciela. Walinto. Santiago, Cuarto Propio, 2009
En la foto: El poeta quechua Ugo Carrillo, el crítico Isaac Sanzana,
los poetas mapuches: Graciela Huinao, Lorenzo Aillapán, Leonel Lienlaf, Javier Milanca.
Sobre Graciela Huinao, su página: www.gracielahuinao.cl
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