Ese domingo 15 de marzo me
quedé paralizado. Era la primera vez cuando todo se detuvo. La memoria me
condujo inevitablemente a mis abuelos que hablaban de la peste, seguro se referían
a la de inicio del siglo XX y las imágenes de la edad media empezaba a fluir. No podía imaginar cómo podríamos vivir así.
Todo se detuvo. Pensamos que al día siguiente, lunes, podíamos retornar con
tranquilidad y recoger nuestras cosas. Imaginábamos que pronto retornaríamos y
que nuestras clases se harían con normalidad.
Una pesadilla empezó a vivir
entre nosotros. Cada uno sabe cómo lo ha
vivido. Movernos en las cuatro paredes de nuestra casa, de nuestro
departamento, de nuestro cuarto de alquiler. Pasar las 24 horas del día. No sé
cómo pudimos resistir. A muchos, el Covid se alojó en nuestros cuerpos, los pensamientos
temblaron y nuestro corazón corrió al Altísimo o a nuestras deidades a clamar por
nuestras vidas. Otros quedamos con la herida en el alma, esperando danzar para
que las penas desaparezcan y el luto se desvanezca. Desde entonces no nos hemos visto si no por
la pantalla, esa ambivalente imagen que nos decía que todavía existimos -kachkaniraqmi-
y que nos ayudó a recuperar, en cierto modo, la cordura contra la violencia de la
peste.
En el caso de nos, de Letras,
de San Marcos, sabíamos de la intensidad de esa ausencia, la palabra que
conversa, el divino enredo de acércanos como humanos al otro. La ausencia
implicó que los rostros se desdibujaran o teníamos la imagen fija de alguien
que aparecería con su nombre y una fotografía invariable. Pero resultó
absolutamente un paliativo que no reemplaza el quehacer humano, de gente acostumbrada
a caminar y conversar cara a cara. Nadie
estaba preparado para tal aventura de sobrevivencia. Tuvimos que reaprender
y tener respuestas para los nuevos desafíos que impuso la peste del siglo XXI.
En estos casi tres años hemos
dejado de vernos. En el caso de nuestros docentes, apenas con algunos nos hemos
visto. Muchos nos hicimos de mitos, leyendas urbanas y cuidados que con
legitimidad defendemos. Ahora es tiempo de retorno, de continuar preparándonos
para los desafíos de la nueva humanidad, en tiempo de la globalización del
capital perverso.
Cuando retornamos, poco a
poco, a Letras, sí, teníamos un miedo secreto a contagiarnos nuevamente.
Se aplicó rigurosamente el protocolo
contra el Covid: la distancia social, el uso del alcohol, la mascarilla y las precauciones
biomédicas. Nos encontramos con un grupo de trabajadores y progresivamente con
todos los servidores de la Facultad. La tarea no ha sido fácil, algunos, por
razones médicas, no pudieron retornar en lo inmediato; otros, por el temor al
contagio se resistieron al trabajo presencial.
En agosto 2021, con
nuestros vicedecanos, la doctora Rosalía Quiroz y el doctor Alonso Estrada y el
equipo de gestión más cercano a Mauro Mamani, Rosario Acuña, Carlos Fernández, Alicia Pacheco,
María Torres y Jacobo Alva- empezamos a ensayar actividades presenciales. En el
2022 impulsamos el retorno progresivo. Y supimos como la comunidad de estudiantes
empezaron a reconocerse después de uno o dos años. Letras se convirtió en el
punto de encuentro.
Este reencuentro es una celebración a la vida, un homenaje a
cada uno de los compañeros, compañeras, trabajadoras o docente o estudiantes
que nos han dejado y sonreímos porque sabemos, que a pesar de la enorme pena
que tiene nuestra alma, que dios, o los dioses, los tienen infinitamente
tranquilos disfrutando de ese mundo imaginario llamado paraíso.
El reencuentro nos invita también a no lo olvidar quiénes somos como Letras, como sanmarquinos. Deseamos tener un espacio amigable para nuestra estancia en la Facultad; que sea grata, en ello estamos comprometidos todos los trabajadores administrativos; y, renovamos nuestra práctica de la calidad en la formación profesional; y, continuar e intensificar nuestras investigaciones -y su divulgación- que contribuyen a la cultura del país y seguir siendo parte de lo que el Perú y América Latina nos reclama: ser un referente.
A estas tareas, se suman
otras más modestas, pero igual de importantes, tiene que ver con la
convivencia, con el buen vivir, sumaq jamaña. Deseamos, soñamos con
relaciones de respeto a la persona, dicho expresamente exigimos cero acoso y
cero discriminación. Así mismo, convertirnos en una comunidad que defiende
sus fueros, que protege sus bienes. Hay que recordar que cada cosa que está en
nuestra Facultad te pertenece. Nos pertenece. Alertémonos cuando esto
ocurra para defender nuestra integridad como personas y velar por nuestro patrimonio.
Finalmente, vengo de una
comunidad, de un pueblito que ahora se ha perdido en los mapas escolares, pero si
buscas en internet lo ubicas. En mi pueblo todo el mundo y la historia siempre lo
organizan, lo construyen las mujeres, aquellas que se han comprado el pleito
para que nosotros estemos aquí, aquellas que con sus manos divinas hicieron que
nosotros estemos sanos y salvos; aquellas que no tienen planilla o aquestas que
son acosadas y que no deben quedar en la impunidad. Rindo un homenaje a cada una de nuestras compañeras trabajadoras, a mis
colegas, a nuestras alumnas, a todas las mujeres de Letras, de la
Universidad, del país, a todas ustedes que, en el caso nuestro, hacen que con
su trabajo la Facultad sea la primera.
Quiero compartir las palabras que hace algún tiempo le dijo, con mucha ternura, su hija a una de mis más caras amigas: “Tú no puedes apagar tu luz”, es decir, tú no puedes dejar de ser mujer, de ser tú, mujer, sanmarquina, ciudadana, tú misma, la vida. Y me atrevo a repetir lo que en estos días compartimos en redes sociales: las mujeres se empolleran, ahora no solo se empoderan.
Por eso deploro y demandamos la renuncia del
ministro de Educación por el agravio y la perversa manera de expresarse sobre las
mujeres -especialmente, aymaras- al compararlas como animales. Mi solidaridad
con todas ustedes.
Un
enorme abrazo a cada una, uno, de ustedes. Gracias.
Profesor Principal - Decano
Letras,
8 de marzo 2023.
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