Gonzalo Espino: Zafra
José Gabriel Valdivia
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En aquellos años
juveniles, junto a Nilton del Carpio y las revistas Polen de Letras o La Gran
Flauta, se ubica la figura de Gonzalo Espino (La Libertad, 1956). Se nos
presentó con sus plaquetas de poesía, entre las que recuerdo Qantu. Pero además nos dejó la impresión
de un poeta “bolche” sobre la planicie limeña. Y efectivamente poseía una
fuerte simpatía por el movimiento obrero y el mundo proletario. Escribía poesía sin dejar de ser
consecuente con esas aficiones y convicciones que llevaba en su morral de
campaña.
Gonzalo Espino provenía
del sólido norte, pero no era aprista sino más bien socialista, comunista, y
dirigía también una revistilla a mimeógrafo, Prensa obrera. Por ese entonces trabajaba en Tarea y estudiaba
Literatura en San Marcos. Hoy se proclama un ciudadano “moche”, como para llevarnos
a los comienzos de nuestra civilización prehispánica en la costa norte del Perú
e inscribir un auténtico sello de su identidad.
En esos años le pedimos
unos poemas para publicarlos en la revista Polen de letras y luego en La Gran
Flauta. En la memoria habita uno, cuyo título era Paulina, de tono lírico y de
corte prosaico.
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Desde aquel lejano 1981
no lo volví a ver. Nos reencontramos dos décadas después, ya en pleno siglo XXI
con otras preocupaciones y con los años de la seriedad a cuestas. El se había
convertido en un especialista sobre literaturas orales y populares, en los que
ha aportado metodologías y ensayos importantes.
Este saber le ha
permitido dictar conferencias y cursos fuera de su alma máter sanmarquina,
llegando a México, Brasil y otras latitudes latinoamericanas. También pasó por
San Agustín, en la que participó en un diplomado de investigación literaria.
Pero la poesía parece
que siempre la siguió cultivando y seguro que con mayor asiduidad desde que
asumió compartir el Taller de Poesía en la Escuela de Literatura de San Marcos.
En una de sus visitas a nuestra ciudad, nos dejó sorpresivamente un poemario
amoroso, aparte de sus libros de ensayo y crítica literaria. Pero sus
publicaciones poéticas -en formato libro- fueron tardías y algo alejadas del
momento de la tensa década de violencia política.
El primer poemario
orgánico de Gonzalo Espino fue Casa Hacienda (1991), el segundo Mal de amantes
(2002) y el tercero Quinto (2013). Esta periodicidad de sus publicaciones no
impide que forme parte de la poesía del ochenta, porque estuvo vinculado a esta
generación desde el año 1978, con la que se identifica bajo la sugestiva
denominación: “los otros del ochenta de la poesía peruana”, junto a los
sanmarquinos de entonces: Roncal, Escribano, Zapata. Todos ellos se han
caracterizado “por su marginalidad envolvente, su tono de protesta y una
inusitada persistencia en el hiperrealismo”.
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La cosecha poética, Zafra, de Gonzalo Espino, contiene –en
196 páginas- la totalidad de su obra
escrita hasta el 2016. Trae cuatro apartados que corresponden a sus
libros orgánicos, además de una Introducción escrita por Alejandro Benavides
Roldán, una Presentación, hecha por Luciana Días, docente de la Universidad
Federal de Minas Gerais, Belo Horizonte-Brasil, y una sección aclaratoria sobre
el origen de los textos, Inevitables.
Esta publicación forma parte de un proyecto editorial
trujillano muy ambicioso que aspira editar cien títulos y conformar una Pequeña Biblioteca de Literatura Regional. El libro de Gonzalo Espino es el número 17
de la colección que, en un simpático formato bolsillo, ha difundido a las voces
importantísimas de todo el norte peruano. En este sentido, Benavides Roldán,
promotor del proyecto, enfatiza que la literatura peruana moderna para crecer
tiene que mirar hacia dentro del país, porque resulta anacrónico, el viejo
vicio centralista de considerar que Lima da pauta y bendición.
En la Presentación, la
docente brasileña, Luciana Días, destaca que la poesía de Gonzalo Espino posee
una voz polifónica que habla de amores, caminos, luchas y fe y concluye que Zafra es un libro hecho de palabras,
coincidencias, ficción real y comunión.
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La organización de su
poesía reunida se inicia con los poemas juveniles que obtuvieron el premio
nacional de poesía Fernando Lozano y aparecieron en Lima, 1982, en una muestra de la poesía proletaria,
promovida por el CIED. Me referiré brevemente a esta sección, que nunca
apareció en libro propio, por ser la más genuina en relación a la poesía
peruana del ochenta. Sus posteriores libros cobran un giro interesante hacia
una lírica del exilio interno, la memoria del migrante o la ya difundida
parábola del retorno. De ello me ocuparé en un estudio más prolijo y
exhaustivo.
El título de este
apartado, Siete poemas de ficción real,
nos lleva a ubicarlo en lo que alguna crítica ha llamado hiperrealismo y que la
expresión “ficción real” lo alude antitética o paradójicamente.
Una preocupación
fundamental de los jóvenes poetas de los ochenta fue tratar de escribir sobre
la conflictiva realidad urbana limeña e intentar representarla en sus poemas. Los logros fueron disímiles. En el
caso de los textos de Gonzalo Espino, esta representación alcanza más lo
político que lo social. En sus versos más logrados, propios de la versificación explosiva, el
prosaísmo hegemónico del momento y la intención narrativa del poema, como el
caso de San Fernando y Trabajo honrado, trata -desde una
perspectiva popular- los desencuentros que provoca en sus moradores el caos
urbano de la ciudad Lima: prisa, violencia, desorden, sobrevivencia,
desconcierto, y finalmente resignación.
En los demás poemas, la
obviedad de los sucesos políticos descritos o narrados, como la masacre de los
mineros de Cobriza o la toma de tierras de Ocongate, unidos a un soporte
ideológico de interpretación, no desmerecen la importancia de los hechos como
un testimonio del convulso momento social de fines de los setenta, pero sí nos
alejan de los recursos poéticos innovadores para el tratamiento político.
En este sentido,
ciertos jóvenes adoptaron en los inicios del ochenta una forma de compromiso
social (tal vez político) en el marco de una lírica coloquial, exteriorizante,
con ciertos arrestos de captar lo popular, pero de manera diferente al
inmediato y anterior proyecto horaceriano del mejor Enrique Verástegui de sus
dos primeros ibros. Este conjunto de poemas que abren, Zafra, poesía reunida de
Gonzalo Espino Relucé, parece refrendarlo con sustancial lenguaje y actitud
comprometida.
Foto: Gonzalo, Flor y Flora, en Lima.
1 comentario:
Zafra tiene un contenido exquisito que te mantiene enlazado.Felicitaciones Gonzalo.Que sigan los exitos.
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