Una Loma Bendita: la novela de Mario A Malpartida Besada, por Gonzalo Espino


La narrativa contemporánea tiene varias aristas para su aproximación. Si resulta válida las aproximaciones sobre la narrativa de la violencia, este categorema no termina de dar cuenta de la compleja producción narrativa del país. Me refiero a la extensa producción que viene de las  provincias, pero hablo aquí de la literatura como representación que califica precisamente por su encanto en la palabra.  Si históricamente confirmamos que  los nacido en provincia, buscan su consagración en la capital, en el caso que voy a esbozar, ocurre a la inversa. Mario Malpartida Besada nació en Lima y se detuvo en Huánuco. Desde allí, ha realizado su carrera como narrador, ocupa un lugar expectante en nuestra narrativa. Sus colecciones de cuentos se han sucedido así: Pecos Bill y otros recuerdos (1986), Un bolero más (1988), Cercos y soledades (1990), Cuentos rodados (1991), Además del fuego (1999) que se reúne en Cuentos rodados (2006); le siguió Con olor a vino (2007) y  El fantasma de un cajón y otras apariciones (2010). Publicó en 2002 la novela: El viejo mal de la melancolía.
Su trabajo de narrador ha sido un continuo saber de la palabra que cuenta.  El sentido exacto de capturar con una historia a sus lectores es lo que hace a sus relatos singulares.  Nos  hace vivir sus historias, sin que su palabra se convierta en un facilismo tremendista o de enigmas complejos, todo lo contrario, su narrativa tiene de aliento transparente y al mismo tiempo el halo de las mejores formas narrativas modernas. El 2003 publicó una novela que en nuestra opinión es una de las metáforas de lo que ocurre en el Perú contemporáneo. Se trata de Una Loma Bendita (Huánuco: Empresa Periodística Perú). El programa narrativo de esta novela resulta sumamente singular –sino original- exactamente porque cubre un tipo de relato que siendo escritura, no se distancia de la memoria oral y pone en primer lugar como protagonista la historia de un poblado  que puede ser cualquiera de los que surgieron a partir de los años 70 como parte de la migración, los desplazamiento de guerra interna o la atracción que supuso algunos polos de desarrollo sea hacia costa o selva.
Malpartida asume una historia que tiene una doble trama: la historia de un pueblo que necesita inscribirse o formalizar y la historia de una mujer que se baña en una laguna con el sol serrano para mantener su juventud.  Se trata de una épica moderna. Nominar aquí será formalizar, pero formalizar implica la creación de un conjunto de narrativas que la haga posible y cognoscible para el forastero. Si esa es la primera historia, la paralela será la de una dama que hace un ritual de abluciones toda los días, cuya sensualidad que se murmura pero que no se inscribe.
La novela inicia con:
"Ocurrió que un día el viajero a quien decían profe, seguramente por el fólder bajo el brazo y el vestido elegantón, preguntó que cómo se llamaba el poblado y que cual  era su historia." 
Requerimiento  que provoca el relato de la novela y nos invita percibir a las expectativas de los pobladores que están presente a  lo largo del programa narrativo:
 "Sus moradores no tuvieron en ese instante ninguna respuesta para dársela y se limitaron a mirarle, boquiabierto, su forma tan meticulosa de sacudirse el polvo  del camino. Y es que cada hombre del ruedo alrededor del extraño, tenía  una palabra diferente en la boca y nadie se atrevió a pronunciarla porque sabía que el de al lado la enmendaría o, simplemente, porque el apelativo y el origen de tal palabra no les parecía los más adecuados."
Con lo cual se abre el relato en un programa que compromete a los habitantes del poblado y al mismo tiempo a un grupo para hacer posible el nombre del lugar. Nominar el espacio, tratándose de un pueblo supone tener una historia, una historia que remite a la símbolos cívicos como la bandera, el himno, el calendario y organizarse, como es lógico, para dar viabilidad al pueblo. Esto última recae sobre la figura del alcalde y su teniente alcalde, que serán encargado por los pobladores: Serapio Serafín Quinteros y Doris Peñaherrera.
La búsqueda del nombre invoca un conjunto de procesos que el narrador acusa, como aquel que supone imaginar el nombre del pueblo en la lengua originaria que será descartada por la lengua que ya se habla –aunque no se dice- y que, adicionalmente, se escribe.  Y en el mismo sentido, por momentos se ironiza la historia, más que hechos es la apropiación de eventos ocurridos en otros lares y la invención de héroes e historias para compartir o se parodia la invención de la bandera. En ese sentido la construcción de cada icono del poblado se asocia a su vez con la cultura en general –de occidente- y con lo que ocurre en el ámbito del país y la “gran ciudad” porque el único nexo de pertenencia es que pasa una carretera en la cercanía de la comarca. El sentido épico lo encontramos en todo el relato. Veamos, se ha definido la bandera, pero Ruperto Leaño,  uno de los asesores del Alcalde, dice: “Y que tonadita oficial de Loma Bendita cataremos pues en la gran fecha cívica". Si ya se tiene nombre y bandera, ahora falta el himno. Simplemente hay que inventarlo, contratar a alguien que lo haga, etc. Deciden crear el himno que empieza a escucharse: “El verso de la canción llegaba de lejos como una letanía, ingresaba a los hogares, detenía el quehacer de las señoras y se instalaba en todos los rincones de la casa.  El versito se repetía constantemente”. Escucharse será participar de la composición, instalarla en el imaginario y repetirlo. Y lo que se escucha como versión  final, se tendrá que escribir a fin de que se siga una sola pauta.
La otra historia tiene que ver con la el encanto de la  laguna y la mujer de cuarenta años que se baña–religiosamente- desnuda cada vez que  había sol serrano en la creencia de que ese baño retenía la juventud. Cuestión que, según Doris Peñaherrera, esto era posible por la mirada de la “muchachada” que ocultos la fisgoneaban y el rubor que provoca, en otro de sus admirado don Serapio, el alcalde.  Esta historia terminaría con el encuentro sensual de ambos, en el que el rubor los convierte en pareja.
Si hay una épica moderna en historia de la comarca (nombre, historia, bandera, himno, calendario cívico, etc.), será, al mismo tiempo, la pérdida del encanto, el final de una biografía individual, para privilegiar la historia del poblado. Un relato fresco, exactamente una novela del siglo XXI, que reivindica la historia  y las identidades como herencia de una historia que se rehace en los tiempos actuales. Si el final es la ceremonia cívica, esta compromete a los actante principales de la trama novelística y al imaginario popular que aparece como componente de lo narrado. Día cívico, sí, y, al mismo tiempo, la develación de la historia privada, aunque seguramente por última vez: “hombres y mujeres de la ciudad y el campo se habían sumado a los jovenzuelo abandonando la fiesta y dejando al pueblo completamente desierto a fin de parapetarse […]  procurando ver sin ser vistos, aquel espectáculo  de amor que protagonizaban en la laguna la pareja más célebre de Loma Bendita, el Alcalde y su muchacha de cuarenta años.” (130). Punto en que la historia de Loma Bendita se junta a la historia de amor Serapio y Doris, que el narrador, finalmente retiene en una poética que describe lo narrado en la imagen del calendario, cuyo efecto será un retardamiento del relato.  Según lo cual, Una Loma Bendita, podría una vez más ser simplemente una ficción, pero de aquellas que reconoce a lo largo de los caminos del país en los tantos poblados que surgieron desde los 70.  Ese es el gran mérito de la novela de Mario Malpartida Besada. Una novela que vuelve sobre el tópico de la identidad en tiempo que esta se desprecia la historia  y la violencia se privilegia, Malpartida prefiere la otra historia como invención como hecho y como posibilidad, incluso como reinvención. 

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