Inicio con una confesión de parte: no soy vallejista, ni vallejiano.
I
La idea de un Cesar Vallejo tristón, meditabundo y pesadamente melancólico
no solo obedece a lo que en su poesía aparece como referente, sino y sobre
todo, a una fuerte carga colonial –acaso desapercibida- que acompañó a la
invención del poeta como un sujeto nostálgico y triste, semejante al indio, así
la crítica lo imaginó provinciano, cholo e indio. Está misma imagen sería reforzada
por la fotografía que fue tomada en Paris y toda la iconografía que acompañó a
la misma imagen (Vallejo pensativo, con la mirada perdida).
II
En el caso de Vallejo hemos llegado al tope de la insistencia de un
hombre amargado y sufrido. Mito creado ex profesamente para dar lugar al héroe
cultural que estas tierras ha dado a la humanidad. Tal mito alimenta un viejo
vicio de estudiar la vida del poeta y hacerla coincidir con su producción. Esta
varita mágica está apolillada. Necesita, si acaso se usa, volver sobre las relaciones
que pueden ser reales o virtuales entre el “yo histórico”, el sujeto biográfico, y el “yo poético” que se ha instalado en la poesía de Vallejo. Si la biografía
nos sirve para contextualizar el objeto creado, trasladarlo mecánicamente entorpece
la magia y riqueza poética.
III
El mito al que estamos aludiendo tiene que ser repensado. Baste recordar
aquí cuatro imágenes, la primera la difunde Georgette de Vallejo, nos da una idea del
poeta, recuerda que cuando el poeta retornó Trujillo en 1913:
Muy rápidamente es adoptado por intelectuales y artistas quienes, muy
numerosos, forman un grupo inquieto, turbulento y audaz, cuya bohemia no es en Vallejo sino un hábito, publica sus primeros
versos de origen didáctico imponiéndose por el dinamismo y los rasgos humorísticos de su fuerte
personalidad intelectual y artística. (Énfasis mío).
No precisamente aparece como triste, apagado, pesimista, sino un sujeto
que sonríe y pone la pauta a su hacer. La misma que asocio a la dimensiones de
creador que innova y a su condición de iconoclasta.
La segunda la vinculo al Vallejo impresionado por la miseria humana del engañe en la hacienda azucarera de Roma (Tulape, de donde soy). Asunto don Joaquín Díaz Ahumada, el dirigente obrero de las
luchas sindicales de valle Chicama,
ponía en discusión. Decía que el poeta era ajeno a la situación social, que era
indiferente a lo que pasaba con los trabajadores y que mi abuela lo recordaba
como joven bien vestido y de modales pulcros, que los domingos iba degustar su
patasca o su frito –esto último, se entiende, pertenece a mi propia cosecha.
La tercera, y más interesante, resulta la imagen que la pequeña ciudad aristocrática
y conservadora de Trujillo de inicios del siglo XX se había hecho del poeta. Ese
muchacho irreverente y de “abundosa melena”, que sacaba los
niños de la escuela a caminar, según nos ha recordado uno de sus alumnos, nuestro
otro universal me refiero a Ciro Alegría, que cuando su abuela “resolvió mandarlo
a clase”, un anciano amigo de la familia
se preocupó porque su maestro iba a ser el poeta:
El anciano por poco dio un salto y luego dijo,
muy excitado:
–¡Mi señora!, ésa ya no es cuestión de colegios
sino de buen sentido… ¿Sabe usted quién es el profesor de primer año en San
Juan? ¿Lo sabe usted? Pues ese que se
dice poeta, ese César Vallejo, un hombre a quien le falta un tornillo…
–Al fin y al cabo… para enseñar el primer año…–dijo
mi abuela tratando de calmarlo.
Mas nuestro visitante estaba evidentemente
resuelto a salvar del peligro a un pobre niño indefenso como yo, y argumentó:
–No, no, mi señora… Ese Vallejo, si no es un idiota, es cuando menos un loco. ¿No
podrían ponerlo en segundo año? Al entrar me sorprendió ver que el niño estaba
leyendo el periódico… (Énfasis nuestro).
La cuarta imagen del otro Vallejo se viene rehaciendo. En ello han aportado la propia
Georgette de Vallejo (Allá ellos, allá ellos, allá ellos); Julio Ramón Ribeyro, Reynaldo Naranjo y Jorge
Díaz Herrera (El placer de leer a Vallejo
en zapatillas). La que Naranjo
ha reconstruye nos interesa que retengamos:
Hay una distorsión sobre Vallejo, que lo vuelve una víctima […] Todo eso
fue delineando una personalidad que fue difundida en el Perú. Y todos: ‘pobrecito
Vallejo olvidado’. Cuando el que hacía chiste era él. Los inventaba. Era encantador,
bailaba huainos. Afable. Muy vinero. No soy vallejiano, pero sí vallejista:
busco rescatar a este hombre que ha sido maltratado tantos años en el Perú como
si fuese un pobre desdichado.” (cit. Galazar)
Si hay que volver al mito, reinventémoslo despojado de la amargura, el
sufrimiento, del “pesimismo” y pongamos en primer plano al CV alegre y vital.
IV
La universalidad de CV cada día se afirma en el tuétano de su palabra.
Una palabra poética que tiene de clásico e iconoclasta. En todo el proyecto poético
vallejiano observamos la vitalidad de la existencia. Pero esta vitalidad tiene
de burla pues la voz de CV nos acoge en
la trampa del poema de tono existencialista -y por momento pesimista- que resulta ser sarcasmo. Una
suerte dialéctica de opuestos, si los golpes de “Los heraldos negros”, de su
poemario del mismo nombre (1919), son explícitos correspondería preguntarnos
por su opuesto, acaso caricia, terneza, alegría.
¡Angeles de corral,
aves por un descuido de la cresta!
¡Cuya o cuy para comerlos fritos
con el bravo rocoto de
los temples!
(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!)
“Telúrica y magnética”, v. 32-36: Poemas humanos.
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.
“Los pasos lejanos”, v. 13-14: Los heraldos negros.
Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.
“LXV”, v.21-26:
Trilce.
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
“España, aparta de mí este cáliz”, v. 25-26: España, aparta de mí este cáliz
Su terco aliento de vida:
Mi gozo viene de lo inédito de mi
emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No
la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira
me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este
hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se
le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger
otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.
Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes.
Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte.
“Hallazgo de la vida”, v 2-3: Poemas humanos.
En todo caso, como ha recordado recientemente Germán Peralta, citando las memorias Víctor Raúl Haya de la Torre, referidas a la palabra de Antenor Orrego ese otro
gran trujillano:
Tú eres el genio, yo te proclamo el genio de la poesía americana; y por
eso sufrirás mucho. (César Vallejo lloraba). Te proclamo yo humildemente, sin
que nadie nos oiga, aquí en Trujillo, ¿vez? Tú eres el poeta nuevo superando
una ruta estelar a Darío. (Peralta 2011:
131-2, cit. Haya de la Torre).
Al Vallejo que “logra en su poesía un estilo nuevo” como recordaba Mariátegui, reclamamos la invención de un nuevo mito, la del poeta lleno de vida, la de su poesía de tuétano universal.
Referencias:
Alegría, Ciro. “El Vallejo que yo conocí” en Mucha suerte con harto palo.
Buenos Aires: Ed. Losada, 1976.
Galarza
Cerf, Gonzalo. “Vallejo: humor y ternura” en El Domincal, de El Comercio. Lima: 11 de marzo 2012; pp.
12-13.
Peralta Rivera, Germán. Antenor
Orrego y la bohemia de Trujillo (1914-1916).
Lima: Congreso de la República, 2011.
Vallejo,
César. Poesía completa. Ed. crítica
de Raúl Hernández Novás . La Habana: Casa de las Américas, 1988.
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