César Vallejo: hacia un nuevo mito,por Gonzalo Espino Relucé


Inicio con una confesión de parte: no soy vallejista, ni vallejiano.

I
La idea de un Cesar Vallejo tristón, meditabundo y pesadamente melancólico no solo obedece a lo que en su poesía aparece como referente, sino y sobre todo, a una fuerte carga colonial –acaso desapercibida- que acompañó a la invención del poeta como un sujeto nostálgico y triste, semejante al indio, así la crítica lo imaginó provinciano, cholo e indio. Está misma imagen sería reforzada por la fotografía que fue tomada en Paris y toda la iconografía que acompañó a la misma imagen (Vallejo pensativo, con la mirada perdida).

II
 El maestro Alfonso Reyes enseñaba  que hay que tener la suficiente sospecha ante las declaraciones de los  creadores. Decía que si había que creerles, hay sospechar, porque al fin y al cabo la poesía es ficción. Es la sociología de la cultura, en los 70 que nos recordó la azarosa dinámica entre la cultura y la realidad, que se presta, que se ayuda, sí, pero sus relaciones son zigzagueantes. Ya los viejos formalista rusos habían reclamado la autonomía del texto (literaturidad). Los esquemas marxistas nos han llevado establecer esas dinámicas escurridizas entre la realidad y la ficción.  Pierre Bourdieu, el de los campos culturales,  propuso distinguir los diversos carnés del creadores, es decir, las diversas maneras de ser de un intelectual. Si la obra lo ensimisma, lo hace continuidad; esta no siempre coincide con la vida.
En el caso de Vallejo hemos llegado al tope de la insistencia de un hombre amargado y sufrido. Mito creado ex profesamente para dar lugar al héroe cultural que estas tierras ha dado a la humanidad. Tal mito alimenta un viejo vicio de estudiar la vida del poeta y hacerla coincidir con su producción. Esta varita mágica está apolillada. Necesita, si acaso se usa, volver sobre las relaciones que pueden ser reales o virtuales entre el “yo histórico”, el sujeto biográfico, y el “yo poético” que se ha instalado en la poesía de Vallejo. Si la biografía nos sirve para contextualizar el objeto creado, trasladarlo mecánicamente entorpece la magia y riqueza poética. 

III
El mito al que estamos aludiendo tiene que ser repensado. Baste recordar aquí cuatro imágenes, la primera la difunde  Georgette de Vallejo, nos da una idea del poeta, recuerda que cuando el poeta retornó Trujillo en 1913:
Muy rápidamente es adoptado por intelectuales y artistas quienes, muy numerosos, forman un grupo inquieto, turbulento y audaz, cuya bohemia no es en Vallejo sino un hábito, publica sus primeros versos de origen didáctico imponiéndose por el dinamismo y los rasgos humorísticos de su fuerte personalidad intelectual y artística. (Énfasis mío).
No precisamente aparece como triste, apagado, pesimista, sino un sujeto que sonríe y pone la pauta a su hacer. La misma que asocio a la dimensiones de creador que innova y a su condición de iconoclasta.

La segunda la vinculo al Vallejo impresionado por la miseria humana del engañe en la hacienda azucarera de Roma (Tulape, de donde soy). Asunto don Joaquín  Díaz Ahumada, el dirigente obrero de las luchas sindicales de valle  Chicama, ponía en discusión. Decía que el poeta era ajeno a la situación social, que era indiferente a lo que pasaba con los trabajadores y que mi abuela lo recordaba como joven bien vestido y de modales pulcros, que los domingos iba degustar su patasca o su frito –esto último, se entiende, pertenece a mi propia cosecha.

La tercera, y más interesante, resulta la imagen que la pequeña ciudad aristocrática y conservadora de Trujillo de inicios del siglo XX se había hecho del poeta. Ese muchacho irreverente y de “abundosa melena”, que sacaba los niños de la escuela a caminar, según nos ha recordado uno de sus alumnos, nuestro otro universal me refiero a Ciro Alegría, que cuando su abuela “resolvió mandarlo a clase”,  un anciano amigo de la familia se preocupó porque su maestro iba a ser  el poeta:
El anciano por poco dio un salto y luego dijo, muy excitado:
¡Mi señora!, ésa ya no es cuestión de colegios sino de buen sentido… ¿Sabe usted quién es el profesor de primer año en San Juan? ¿Lo sabe usted? Pues ese que se dice poeta, ese César Vallejo, un hombre a quien le falta un tornillo…
Al fin y al cabo… para enseñar el primer año…dijo mi abuela tratando de calmarlo.
Mas nuestro visitante estaba evidentemente resuelto a salvar del peligro a un pobre niño indefenso como yo, y argumentó:
No, no, mi señora… Ese Vallejo, si no es un idiota, es cuando menos un loco. ¿No podrían ponerlo en segundo año? Al entrar me sorprendió ver que el niño estaba leyendo el periódico…  (Énfasis nuestro).
 Y es que “ese que se dice poeta”, el Poeta, era atacado por el “analfabetismo literario” (Orrego); criticado por los zopencos  de la época por poemas era novedosos y los conservadores  de aires  aristocráticos eran incapaces de tolerar.
La cuarta imagen del otro Vallejo se viene rehaciendo. En ello han aportado la propia Georgette de Vallejo (Allá ellos, allá ellos, allá ellos);  Julio Ramón Ribeyro, Reynaldo Naranjo y Jorge Díaz Herrera (El placer de leer a Vallejo en zapatillas).  La que Naranjo ha reconstruye nos interesa que retengamos:
Hay una distorsión sobre Vallejo, que lo vuelve una víctima […] Todo eso fue delineando una personalidad que fue difundida en el Perú. Y todos: ‘pobrecito Vallejo olvidado’. Cuando el que hacía chiste era él. Los inventaba. Era encantador, bailaba huainos. Afable. Muy vinero. No soy vallejiano, pero sí vallejista: busco rescatar a este hombre que ha sido maltratado tantos años en el Perú como si fuese un pobre desdichado.”  (cit. Galazar)
Por eso la fotografía de Juan Domingo Córdoba tomada en París, donde vemos a un CV riendo y brindando, es el que tendríamos que desarrollar como nuevo icono.
Si hay que volver al mito, reinventémoslo despojado de la amargura, el sufrimiento, del “pesimismo” y pongamos en primer plano al CV alegre y vital.

IV
La universalidad de CV cada día se afirma en el tuétano de su palabra. Una palabra poética que tiene de clásico e iconoclasta. En todo el proyecto poético vallejiano observamos la vitalidad de la existencia. Pero esta vitalidad tiene de burla pues la voz  de CV nos acoge en la trampa del poema de tono existencialista -y por momento pesimista- que resulta ser sarcasmo. Una suerte dialéctica de opuestos, si los golpes de “Los heraldos negros”, de su poemario del mismo nombre (1919), son explícitos correspondería preguntarnos por su opuesto, acaso caricia, terneza, alegría.
 Reivindico a su poesía iconoclasta e irreverencia, a la innovación cautivante del poeta santiaguino. A su  vitalidad hecha poesía:
            ¡Angeles de corral,
aves por un descuido de la cresta!
¡Cuya o cuy para comerlos fritos
            con el bravo rocoto de los temples!
(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!)
“Telúrica y magnética”, v. 32-36: Poemas humanos.
 Su orginialidad  prendida en cada palabra:
Está ahora tan suave,
tan ala, tan salida, tan amor.
“Los pasos lejanos”, v. 13-14: Los heraldos negros.

      Así, muerta inmortal. Así.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.
“LXV”, v.21-26: Trilce.

¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!
“España, aparta de mí este cáliz”, v. 25-26: España, aparta de mí este cáliz
  
Su terco aliento de vida:
 Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.
Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte.
“Hallazgo de la vida”, v 2-3: Poemas humanos.

En todo caso, como ha recordado recientemente Germán Peralta, citando las memorias Víctor Raúl Haya de la Torre, referidas a la palabra de Antenor Orrego ese otro gran trujillano:
Tú eres el genio, yo te proclamo el genio de la poesía americana; y por eso sufrirás mucho. (César Vallejo lloraba). Te proclamo yo humildemente, sin que nadie nos oiga, aquí en Trujillo, ¿vez? Tú eres el poeta nuevo superando una ruta estelar a Darío.  (Peralta 2011: 131-2, cit. Haya de la Torre).

Al Vallejo que “logra en su poesía un estilo nuevo” como recordaba Mariátegui, reclamamos la invención de un nuevo mito, la del poeta lleno de vida, la de su poesía de tuétano universal.

Referencias:
Alegría, Ciro. “El Vallejo que yo conocí” en Mucha suerte con harto palo. Buenos Aires: Ed. Losada, 1976.
Galarza Cerf, Gonzalo. “Vallejo: humor y ternura” en El Domincal, de El Comercio. Lima: 11 de marzo 2012; pp. 12-13.
Peralta Rivera, Germán. Antenor Orrego y la bohemia de Trujillo (1914-1916).  Lima: Congreso de la República, 2011.
Vallejo, César. Poesía completa. Ed. crítica de Raúl Hernández Novás . La Habana: Casa de las Américas, 1988.
Vallejo, Georgette de. “Biografía de César Vallejo” en  Vallejo, César. Cuentos completos. Trujilllo; Papel de Viento 2008: pp. 121-132 (Pequeña Biblioteca de Literatura Regional, 10)

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