Se ha escrito muy poco sobre la personalidad de nuestro héroe cultural (Puccinelli 1951, Ferrer 1957, 1959; Espino 1996, 2004). Pertenece a esa generación que “Para nosotros –decía la gente de la Aurora-, el señor Vienrich adolece de un defecto como todos los utopista que hacemos alarde de pertenecer á la escuela de Gonzales Prada, de no haber nacido para arrastrarnos á los pies del poderoso”.[1] Es la generación de intelectuales radicales que en Tarma se pusieron a la vanguardia de la defensa de un proyecto que piensa la región en términos modernos y cuyo ideario se inspira en la idea del progreso: asumen que tienen que superar el oscurantismo, la brutalidad y la ignominia que era incentivada por la iglesia, los conservadores y los terratenientes, todos ellos ajenos a los aguijones de la modernización burguesa. Por eso, no es raro que este núcleo, sea el que anime semanarios como La Unión y Aurora, primero; luego, La Aurora de Tarma, y quienes están al frente de éstas serán los más preciados e ilustres intelectuales tarmeños –y tarmeñistas-, me refiero, claro está a Adolfo Vienrich, a Enrique H. Díaz y a Enrique Hërr, escritores que a inicio del siglo xx se convierten en los animadores de la escena cultural y social de la pequeña aldea aristocrática llamada Tarma. En sus páginas se leen ideales asociados a lo más interesante de la intelectualidad internacional, Leopoldo Lugones, Vargas Vila, Joaquín Dicenta; en el ámbito local a Manuel González Prada; en el plano del discurso siguen con atención lo que sucede en el mundo y lo que ocurre en Lima. Estos discursos tienen un tono claro, dar luz, hacer efectiva la “pacha-huaray” nutridos como estaban del radicalismo, desarrollan una triple labor: 1) reivindicación social del indio y el obrero; 2) lucha contra el alcoholismo y programas higienistas; y, 3) la educación de las clases populares. Esto explica el carácter de denuncia y polémica en sus escritos y el carácter didáctico de sus textos.
Adolfo Vienrich nació en Lima en 1867 y falleció en Tarma en 1908. Estudió en la Facultad de Ciencias de la Universidad de San Marcos y formó parte del Círculo Literario y de la Unión Nacional, como secuaz de González Prada. En 1895 se radicó definitivamente en Tarma, en donde ejerció la docencia y el periodismo y desempeñó cargos públicos. Editó en 1902 La voz de Tarma [?] y tuvo acaso relación también con La Unión, La Nueva Simiente, El Municipal. Fue alcalde de la ciudad por votación popular. Regentó además la farmacia El Progreso y se ocupó de recopilar el folklore regional.
Vienrich fue un hombre de ideas avanzadas que pudo atacar a muchas personas, cosas e instituciones, quejarse de su país o sumergirse en la apatía. Prefirió hacer lo que no hacía nadie: sacar del alma popular un tesoro no extraído. Parece que hubiera hecho suyo aquel proverbio chino según el cual es mejor encender una luz que maldecir las tinieblas. Y es así como en el banquete de los literatos profesionales cultos, u oficiales, hizo entrar a un convidado de piedra: el pueblo. (Basadre 1939/2005: t. 16, 238).
Personalidad que en la acción social se vio también tamizada por la modestia y la apuesta del bien común. Lo dicho aquí tiene que ver con ese colectivo en tanto hombres que aportan al desarrollo de Tarma, emprenden el proyecto de mejorar la salubridad de la región que suponía políticas de prevención (amenaza de la peste bubónica, v.g.). Lo propio en relación a las ideas progresista como las carreteras, la conquista del Oriente Peruano y el trato equitativo en el trabajo. Cuando se estaba haciendo la carretera Oroya-Tarma, Vienrich pone primero los intereses colectivos; por eso, puede suscribir, lo que le decía A. E. Bedoya en su carta del 3 octubre 1903: “Yo soi muy práctico, amigo mío, yo lo que quiero i anhelo es, que haya carretera, aunque la obra se la atribuya al celador de la esquina”.[5] La misma moderación con que acepta las iniciativas de otros colegas suyos es la que tiene cuando se trata de organizar un discurso. Y esto es lo que vale en su propio quehacer como intelectual.
Adolfo Vienrich suscribe el Programa de la Unión Nacional, el acta fundacional fechada 16 de mayo de 1891 y publicada en La Integridad (nº 95), aparece como miembro del Comité y como “(alumno de Ciencias)”.[6] Su formación está vinculada a los aportes de positivismo y su sentimiento social moldeada por las voces que pronuncia Manuel González Prada. Su tesis de bachiller en ciencias El Aliso Silvestre (1888) tiene esa inspiración. Las dificultades por las que atraviesa su familia y, por cierto, la necesidad de proselitismo, lo llevan, a una estadía sin retorno en Tarma. Y esto porque, Vienrich se había inscrito para estudiar Medicina. Regentará la famosa farmacia Progreso desde 1895, nombre que simbólicamente orienta su quehacer. Esta farmacia proveía a la población tarmeña los fármacos más actuales del mercado de inicios del siglo xx; amén de su vocación de médico rural, allí con las que con mucha amabilidad atendía a los indios que llegaban a su dependencia y su entusiasmo científico lo llevaría al conocimiento y uso de las plantas medicinales. Positivismo y sensibilidad social que lo llevan a nuclear a uno de los más importantes movimientos locales, me refiero a los radicales de Tarma.
Si hay que calificar la obra educativa de Adolfo Vienrich diremos que la suya es una permanente propuesta de innovación, pensada en lo que contemporáneamente llamamos interculturalidad. Dos ideas presiden los trabajos educativos de nuestro autor: (1) la necesidad de adecuar cualquier material de enseñanza al educando; y, (2) que este material esté en consonancia con el contexto socio-cultural del estudiante.[7] Esta se puede apreciar en su Metodología de la Lectura y Metodología del Cálculo (1903) en las que Vienrich ilustra a los maestros la necesidad de manejar un método que promueva una relación exitosa con los estudiantes. Sin duda, el mayor proyecto educativo se cifra en ese texto que trabaja para los alumnos rurales y que, el pensamiento educativo peruano, simplemente ha olvidado, me refiero a Silabario Tarmeño (1904). Se sabe que publicó también un libro de lecturas que no ha llegado a nuestras manos. Sí en cambio se tiene noticias del original de Cartografía que llegó a revisar Joaquín Ferrer Broncano.[8]
Este cuadro se completa con las notas del autor sobre diversos temas que van de una reflexión sobre la actividad política, pasando por asuntos lingüísticos, hasta llegar al tópico de la peste (1904). La compilación y la bibliografía completa aún se haya en ciernes (Espino 2004, Morales 2005). Uno de los problemas para el acceso a los textos del tarmeño de Lima es la dispersión y la existencia de colecciones incompletas de periódicos de la época, como La Integridad o de La Aurora de Tarma, estas últimas en los repositorios a los que hemos accedido son exactamente incompletas o están mutilados.[9]
¿Cómo entonces definir la vida de Vienrich? Creo que es un del hombre trágico, de aquel que creía que es posible soñar con un mundo armonioso y con todos los beneficios de la ciencia. Un hombre trágico que supo sopesar su ingenio con el tiempo de tormenta, la persona que sintió en la piel el llamado sublevante del mestizo que estaba en él y que nos legó la lección más sincera de la cultura y el ejemplo de lo que intelectuales de este siglo debemos confrontar modernamente. Sinceridad en la palabra, consecuencia con la ideas, solidaridad a prueba de todo. Integridad y legitimidad como era su propuesta de pacha huaray, aurora para los hombres y mujeres que llegan: “En lo alto de su magnifico carro, conducido por corceles de roja piel, viene á regenerar la naturaleza, viene á difundir la luz de la verdad é iluminar con su vivos resplandores á todos los que vivimos entre sombras i tinieblas. Levantaos de vuestra postración!”,[10] mejor aún, la afirmación “Aurora!/ Simbolizas redención”[11] que para los radicales será la conquista de “libertad y justicia”.
Notas:
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