Dos anécdotas sobre César Vallejo en la hacienda Roma, por Gonzalo Espino

En esto días he conversado sobre César Vallejo en nuestra Universidad, en San Marcos, con dos grupos de profesores, as. Y esto para volver sobre una idea planteada hace algunos años por Luis Aguilar. La idea: una imagen atractiva sobre nuestro poeta, por ello más humanas, más cercana al hombre y mujer de estos lares, en tiempos en que la universidad que tiene el  nombre de nuestro clásico ha reducido su Cátedra Vallejo en Lima.
Don Joaquín y Vallejo
En los años 70 era uno de esos pocos militantes de izquierda que abiertamente caminaba por las calles de Roma Tulape y alguna vez los apristas me dieron una tunda.  Fue en esa época, en 1973, que se realizó un homenaje a don Joaquín Díaz Ahumada, dirigente obrero que que escribiera Historia de las luchas sindicales de Valle Chicama (1959). El evento lo organizó el Sindicato de Trabajadores, luego de la conferencia nos fuimos a una recepción, donde la conversa fluyó más que amena. El viejo dirigente nos recordó cómo se había organizado el sindicato y cómo hacían para reunirse.  Ya avanzada la hora, le pregunté:
—Oiga don Artemio, ¿y qué nos cuenta del poeta Vallejo?
El viejo dirigente me miró, con pausa cansina y lengua diligente:
—Vallejo, el cajero
A mí se me desbordó la boca, y a la de jarro me lancé:
—El poeta, el revolucionario, el poeta César Vallejo.
Cazurro, paciente escuchó y me miró. Luego, viendo que estábamos agarrando cada una de sus palabras nos dijo:
-El poeta Vallejo trabajaba de cajero. Pero él… el joven César Vallejo, nunca se integró a la lucha. Paraba por la casa Hacienda.
Esa noche nos quedamos cojudeados, porque, ¿cómo podía decirse semejante cosa? Todos sabíamos que en la hacienda Roma Vallejo había encontrado la desigualdad, la explotación y se vuelto socialista.


Entre vianderas  
He contado está anécdota ya y algunos vallejistas se han fastidiado. La segunda proviene de mi abuela Juanita Chuque  y de mi abuelo don Víctor Relucé, que, a decir verdad, gustaba de las historias.  El hecho es que César Vallejo pasó una temporada en la ex hacienda Roma de los Larco. Sí pues, el poeta de Trilce y España, aparte de mi este cáliz había vivido y trabajado en la hacienda azucarera Roma en 1912 (Espejo 1989: 33-35).
Según me lo contaron, era un joven de buen porte, buen mozo,  de sonrisas y de un gusto especial por las comidas caseras. Se demoraba más de la cuenta conversando con las vianderas. Que se sepa, nunca se sentó en una banca con esa posición de pensador, se le venía contento, en exceso amable y era parlachín. Se había ganado el corazón de las vianderas, a las que iba a enamorarlas o ellas mismas les respondían con rumor moche a sus versos. Eso lo sabía mi abuela que tenía su rancho. Había mucho más movimiento los fines de semana.  Se armaba una pequeña parada en la que se instalaban los que venían de Contumazá y Cascas. Vallejo pues tenía sus gustos, y no solo era sibarito, sino conversador como él nomás. Los sábados se despachaba con una patasca, que era acompañada con su tallarín con papas amarillas. Un suculento plato.  Los domingos, que no siempre almorzaba con los empleados, ni en la casa hacienda, aprovechaba para sentirse invitado por los olores de los platos norteños y la buena conversa con las vianderas, de preferencia si se trataba de cabrito de leche a la norteño o cangrejos reventados del río Chicama. De hecho, saboreaba bien, y lo acompañaba con un buen vaso de chicha. Este joven, el joven Vallejo, se  sentaba y venía como la gente pasaba, y a mi abuela siempre le decía:
—Y la yapita, doña Juanita.
Y me abuela que ya sabía:
—La tercera joven Vallejo.
Y el poeta:
–Doña Juanita…
No sé ya si los lunes iba, cómo corresponde, a banquetearse  con un rico shambar. Sería exagerar porque hay que recordar que los empleados tenían pensión y ya no iban al mercado.

Foto dominio público: el poeta que celebra junto a su amiga  Herriette y More.


Un poema de Hildebrando Pérez, Manco Inca (1966)

Esta semana estuve revisando algunos de mis archivos y con sorpresa me encontré con una revista de 1966, publicada en Chiclayo. Se trata de El río, revista que permite reconstruir, lo que entonces era la cartografía poética de la época, a  más de noticias sobre eventos de escritores (agosto 1966). Entre los poemas encontré dos poemas del poeta de Aguardiente. Se trata de "Canción" y  "Manco Inca",  que van en la pág. 9, este último lo  publico por que nos muestra esa sensibilidad, donde la historia se convierte en poesía y la poesía experimenta su condición colectiva, por eso la apelación a lo coral. Sin duda la poesía Hildebrando Pérez Grande no solo es intensa, sino imprescindible. Lo suyo es la poesía y no el reclame. Una poesía tiernamente transparente y abiertamente solidaria.  Va el poema


Manco Inca
(Texto para una canción a dos voces)

CORO       ¡Oh altivo leñador de duros arcabuces!
1º VOZ     Los forasteros
avanzaban
   destruían
ríos y comarcas.
CORO                                   ¡FUE TU NOMBRE!
2º VOZ
Surgió
                        derribando               
                                            noches
corazas y caballos.
CORO
¡Oh muralla  de luz contra los vientos!
LAS        Ya maduró
DOS                       tu corazón

VOCES                                 en las montañas.








LEONCIO BUENO, ENTRE EL FUSIL Y LAS ROSAS, documental




Leoncio Bueno, creador, y hombre, creador, luchador, creador, más creador.  El 2010 escribí este texto pensado en su estancia en el Valle Chicama. GE.

http://gonzaloespino.blogspot.com/2010/09/leoncio-bueno-poeta-del-valle-chicama.html